Aristóteles decía: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”. ¡Esto sí es inteligencia emocional!
La inteligencia emocional a mi entender resulta un arte, al igual que el educar; bonito verbo que procede del latín y podríamos traducir como “guiar o conducir” hacia el conocimiento.
Para mí, educar las emociones es guiar a las personas hacia su mundo interior, el mundo de las emociones. Y este viaje único e irrepetible, supone acompañar a las personas hacia su interior para descubrir sus fortalezas y aquellos aspectos que le merece la pena mejorar.
Viaje único e irrepetible porque, aunque las emociones son las mismas para todos, cada uno las siente, piensa, atraviesa y actúa de forma diferente.
Además de conocerlas, este viaje supone descifrar los mensajes que nos mandan las emociones cuando vienen a nosotros y tener estrategias sólidas para poder gestionarlas y utilizarlas de manera efectiva.
Tanto en casa como en las aulas vivimos momentos que requieren que pongamos atención a las emociones. La neurociencia, gracias a las nuevas tecnologías de visualización cerebral, ayuda a investigar y descubrir cada día cosas nuevas sobre nuestro cerebro.
Y la neuroeducación, disciplina que une la neurociencia, psicología y pedagogía, ayuda a investigar sobre la optimización de los procesos de enseñanza y aprendizaje. El cómo aprendemos mejor y cómo podemos enseñar mejor. Y todos confluyen en la importancia de poner las emociones en el centro del aprendizaje.
Para ello, en mi opinión, tendríamos que trabajar para conseguir que:
- Las familias tuvieran recursos para educar de forma emocionalmente responsable
- Los docentes trabajaran en un rol basado, entre otros, en el fomento de emociones agradables y el refuerzo positivo.
- Los estudiantes tuvieran recursos para gestionar sus emociones de forma efectiva
- Las aulas pusieran la emoción en el centro para crear ambientes que activen la atención de los alumnos y su curiosidad por aprender.
Pero, ¿qué beneficios obtenemos cuando se educan las emociones de los estudiantes?:
- Atendemos a sus necesidades emocionales (miedos, frustraciones, injusticias, decepciones…), además de las cognitivas
- Fomentamos una autoestima sana
- Ayudamos a pensar más en los demás y en las consecuencias de sus actos
- Están más abiertos al diálogo en la familia y en centro
- Asumen pequeñas responsabilidades y adquieren hábitos saludables que les ayudan a crear ambientes saludables.
- Y les ayuda a entenderse mejor a sí mismos
¿Qué pasaría si todos nuestros hijos y alumnos recibieran educación emocional?
Súmate a educar tus y sus emociones para conseguir un mundo mejor.