COACHING DEPORTIVO: EL ENTRENADOR
Menos mal, ya ha terminado el partido! ¡Vaya meneo nos han dado! ¡Es desesperante! Seguro que ayer más de uno se durmió tarde jugando con el PC y este es el resultado, ¡corriendo por el campo sin sentido alguno! ¡Con el tiempo y esfuerzo que supone para mí preparar los entrenamientos y partidos!
– ¡Menos mal, ya ha terminado el partido! ¡Vaya meneo nos han dado! ¡Es desesperante! Seguro que ayer más de uno se durmió tarde jugando con el PC y este es el resultado, ¡corriendo por el campo sin sentido alguno! ¡Con el tiempo y esfuerzo que supone para mí preparar los entrenamientos y partidos! Hablo con ellos, pero no sirve de nada, no escuchan. Toda la semana entrenando las jugadas, llegan al partido y cada uno hace lo que quiere. Y Alex, ¡al tran-tran por el campo! Penoso todo.
Y ahora, el marrón para mí. ¡A ver qué hago yo para cambiar todo esto! El coordinador tiene que estar calentito. Sí, que sí, que son sólo unos niños, pero a la hora de la verdad, ganar es lo único cuenta. Y si no, ¿para qué competimos?
Buufff, voy a calmarme un poquito que estoy que me va a dar un “parraque”. Ahora toca pensar en el próximo partido. ¡Tenemos que ganarlo como sea! Tengo que motivarles, continuar creando equipo. Pondré un mensaje en el grupo de Whatsapp, que eso a los chavales les gusta: “Hoy nos ha faltado ACTITUD y sin COMPROMISO no se consiguen las victorias. El próximo partido hay que dejarse la piel en el campo. ¡GO GO chavales!!!”. Ya está. El lunes, a seguir trabajando.
COACHING DEPORTIVO: EL NIÑO
Alex había tenido una semana complicada. Sus padres discutían cada vez con mayor frecuencia y le aterrorizaba que fueran a separarse. ¿Sería él el culpable de tantas discusiones? Había oído en alguna ocasión, quejarse a alguno de sus progenitores por tener que llevarle a los entrenamientos.
Alex había tenido una semana complicada. Sus padres discutían cada vez con mayor frecuencia y le aterrorizaba que fueran a separarse. ¿Sería él el culpable de tantas discusiones? Había oído, en alguna ocasión, quejarse a alguno de sus progenitores por tener que llevarle a los entrenamientos.
Hoy es sábado, día de partido. En el coche, de camino al campo de fútbol donde se juega el partido, su padre le daba las últimas indicaciones físico-técnico-tácticas. Mientras él, miraba a ningún lado a través de la ventanilla, tan sólo prestaba atención a los pensamientos que giraban y giraban en su cabeza. Quizás, lo mejor sería dejar el fútbol. Era su ilusión, lo que más le gustaba, pero si dejándolo conseguía suavizar las discusiones y gritos….
Llegaron al campo de fútbol.
– ¡Vamos Alex, a por ellos, haz que tu padre se sienta orgulloso de ti!
Las palabras de su padre, mientras caminaba hacia donde se encontraba el grupo de los familiares, le golpearon como un mazo e hicieron brotar unas gotas de esperanza. Si conseguían vencer, si él metía un gol, su padre estaría orgulloso. No habría discusiones. ¡Se acabarían!
El partido no fue como él deseaba. Su diálogo interior, propició que los nervios aflorasen, las ansias por ganar le hicieron incurrir en muchos errores. Su entrenador, desde la banda le gritaba, aunque Alex únicamente se escuchaba a sí mismo: “Tengo que meter un gol, tengo que meter un gol”. Corría y corría tras del balón con todas sus fuerzas, pero los astros no estaban de su parte. El resultado final, la derrota, su derrota, en el campo y también en su casa.
Camino al vestuario pasó al lado de su entrenador. No le dijo nada, pero su mirada fue suficiente. ¡También le había fallado!
Abatido, entró en el coche. En los más de quince minutos de regreso a casa, su padre no paró de señalarle todos y cada uno de sus errores. Alex, aguantó el sermón como pudo y al llegar a su casa corrió a encerrarse en su cuarto. La música de sus cascos consiguió mitigar un poco el sonido de una nueva discusión al otro lado de la puerta.
Tumbado en la cama y con el móvil en la mano para chatear un rato con sus amigos, ve nuevamente el mensaje de su entrenador, dirigido a él, no tenía duda. Le había faltado actitud y compromiso. ¡No se había dejado la piel en el campo! Pero, ¿qué más podría haber hecho? Había corrido como nunca, había intentado una y otra vez meter un gol. ¡Nadie más que él deseaba haber ganado ese partido! Pero no había sido suficiente. No era un buen jugador, no era un buen hijo, ¡no servía para nada! Había defraudado a sus padres, a su entrenador, al club…
Lo mejor que podía hacer era abandonar el fútbol de manera definitiva. Así al menos, no les volvería a decepcionar.