Recuerdo hace 3 años, en mis inicios como Mamá emprendedora en Coaching Educativo. Eran las 22h y en el camino a casa pensaba: ya estarán acostados, la casa estará recogida, ¡con lo tarde que es! Al llegar me encontré el salón en caos, los niños que en aquel entonces tenía entre 1 y 3 años en el suelo jugando (mármol, noviembre, en fin) y mi marido tumbado en el sofá. Noté como el fuego ardía en mi estómago, bueno toda yo, estaba en llamas de enfado.
A pesar de conocer las herramientas que me brindaba el Coaching educativo, mi manera de resolver mi rabia no era nada efectiva (en otro momento le hubiera dicho a mi marido ¿qué hacia tumbado? ¿Que vaya la hora que era? Que los niños en la cama debían de estar…y ya sabéis, en tono alto, gritos y malas formas).
Desde hacía algún tiempo, me comprometí a estar a solas con mi rabia, y observar que me decía en cada momento. Así que en ese momento, decidí no hablar mucho, no se me fuera ir de las manos esa “contención”. Con mucho amor, los lleve a dormir, a la cama.
Al día siguiente, cuando todos se fueron de casa, aproveché una de las competencias básicas del Coaching educativo, “la presencia”: me senté, respiré, respiré y respiré. Con mucha ternura miré a mi enfado, a ese dolor de estomago, le puse forma y traté de estar conmigo a solas, con mi enfado, y abrazarlo lo más que pude.
De repente, empecé a reírme, reírme muchísimo, disfrute de mi risa, se que suena raro, pero era la manera de conectar conmigo misma.
Una vez calmada, decidí llamar a mi marido.
Atendió al teléfono diciéndome, -¿estás bien?, -llevas desde ayer rara (con lo que yo hablo, jaja).
Y le dije, -súper bien y a continuación le dije: -GRACIAS.
Sentí que se quedó atónito.
-Gracias ¿por qué?, me contestó.
Yo le dije, -ya sabes que tu eres un gran maestro para mi (él no habla este idioma mío, aun así, yo le hago partícipe).
-Si lo sé, me contestó.
-Gracias, porque has vuelto a enseñarme algo súper importante y que no había reparado en ello.
Alucinado me pregunto,- el ¿qué?
-Que yo también puedo permitirme tirarme al sofá.
Creerme, ese ha sido un aprendizaje vital para mí.
El Coaching educativo me ha enseñado la posibilidad de elegir entre:
- Ser una madre perfecta: casa recogida, limpia, niños acostados siempre a su hora, atenta de todo y de todos .Y claro esa atención excesiva en todo lo exterior, no me brindaba la oportunidad de mirarme a mí. Y eso me tenía mucha parte de mi tiempo en rabia. Porque pedía a los demás, todo lo que yo no me daba a mí misma.
- Ser una madre amorosa: ¿Quién quiero ser como madre?, ¿qué es vital para mí, como persona?, ¿qué necesito para disfrutar de mi maternidad?, ¿qué es lo realmente importante para mí en el cuidado de mis hijos?, son algunas preguntas que me ayudan aun en mi día a día, cuando siento que estoy desviada de mi verdadero propósito de vivir mi maternidad consciente.
Y de nuevo mi familia vuelve a ser mi brújula. Como a través de mi relación con ellos, puedo saber ¿dónde? y ¿cómo? estoy en la vida.
¿Os resulta familiar este episodio?, espero vuestros comentarios